EL STATU QUO DEL
PENSAMIENTO CORRUPTO
(INTRODUCCIÓN)
Infortunadamente en Colombia, el pensamiento corrupto ha ido calando lentamente en el ADN del colectivo, transformando actitudes, acciones, prospectivas y por ende decisiones, en algo cotidiano que se mimetiza en la cultura y termina identificando a toda una sociedad. Y la sociedad colombiana es bastante particular, especialmente porque gracias a ese ADN que tiene una capacidad de adaptabilidad increíblemente alta, se genera fácilmente resiliencia; es por eso que continuamente se camina en una delgada línea roja que plantea el gran riesgo de sentir la corrupción, desde los actos más insignificantes hasta los más representativos, como algo natural y hasta necesario.
Esa línea ultra delgada también
contempla el factor volitivo del individuo, que en un conjunto de acciones
desde la institucionalidad como referente de autoridad moral y práctica, puede
constituirse como un ejercicio efectivo en la búsqueda y conservación de esa
urbe enmarcada en una cotidianidad tolerante que en lo particular logra el
bienestar, teniendo presente y como objetivo principal, el beneficio común sin
perder libertades y cimentando su propia identidad.
Ahora bien, con estos dos puntos de
partida, la asimilación de la corrupción como algo normal y la indefectible
injerencia del individuo en la transformación de ese paradigma social, se puede
plantear, en los términos o condiciones más sencillos posible, la aplicación de
diversos experimentos sociales que puedan converger en un objetivo común:
desterrar la corrupción desde la raíz, dar un giro de 180° al actual statu
quo y alcanzar un real estado de equidad.
PEQUEÑAS ACCIONES DE GRAN IMPACTO
LA CORRUPCIÓN DE ODEBRECHT EN CUOTAS
Para comprender mejor el objetivo de
dar un giro radical al pensamiento corrupto, se debe observar un ejemplo
bastante patético en el panorama nacional, como lo es el tristemente célebre
Caso Odebrecht, que en pequeñas y aparentemente imperceptibles acciones
corruptas, llegó a carcomer en forma casi que irreparable la médula del erario,
derivando en un detrimento patrimonial que tendrán que enfrentar al menos
cuatro generaciones tributarias.
Todo pareciera indicar que fue un
desfalco de grandes proporciones en una sola acción, pues el despliegue
mediático mundial que se le dio en diciembre 21 de 2016, cuando altos
directivos de Odebrecht, una Compañía Multinacional cuyos clientes principales
son los gobiernos, firmaron un acuerdo con la Procuraduría de Brasil (de donde
es originaria la empresa), el Departamento de Justicia de Estados Unidos y la
Procuraduría General de Suiza, para reconocer sus delitos, consistentes
principalmente en pagos millonarios en calidad de sobornos para poder firmar
concesiones en Latinoamérica y el mundo a lo largo de al menos 15 años. Se
calcula que fueron alrededor de 800 millones de dólares en coimas a altos (muy
altos realmente) funcionarios, lo que puede llegar a dar una idea del monto de
los contratos y las utilidades consecuentes. Por tanto no fue una solitaria
acción, se trató de un conjunto de pequeñas acciones en un período
considerable, que tuvo la oportunidad no solo de pasar desapercibido, sino que
en el camino creó toda una cultura en torno a la contratación estatal y por
consiguiente, una integración de esta cultura al ADN social de los países en
que se cometieron los delitos.
Ese es el escenario problémico, la
corrupción generalizada desde mínimos actos, "autorizados" por un
primer paso impune.
Esta conclusión no es fruto del azar,
múltiples teorías que tuvieron aplicaciones e implementaciones efectivas lo
demuestran, una de ellas es la Teoría de la Ventana Rota, surgida del análisis
sobre la Teoría del Caos (específicamente el concepto de desambiguación o
“efecto mariposa”) que plantea cómo una pequeña acción que resulte como
perturbación inicial, deriva en un efecto considerablemente grande gracias a un
proceso amplificador sazonado de factores sociales, culturales e incluso
genéticos.
La Teoría de la ventana Rota fue
tomada como marco para la propuesta de mejoramiento progresivo urbano en la
ciudad de Nueva York en la década de 1980. Se comprobó que así como a partir de
un acto mínimo de vandalismo se desataba una enorme ola criminal, de la misma
forma, una serie de pequeñas acciones individuales podrían en la misma dinámica
de ampliación, obtener el efecto contrario al padecido. En pocas palabras,
aunque más lenta quizá en un comienzo, con pequeños cambios positivos en las
personas idóneas (figuras de autoridad o ejemplo), las buenas costumbres y los
hábitos de valor también terminan contagiando al colectivo.
Como ciudadanos que esperan de cierta
manera llegar a compartir un Ethos urbano, se debe de verdad
desaprender sin importar si se está haciendo correctamente (siempre se puede
hacer mejor), se debe replantear la mirada de la realidad y revisar propuestas
para que esas acciones diarias, ya que la corrupción no es de los políticos o
funcionarios estatales, es de todos los ciudadanos en el cotidiano devenir (el
cinturón de seguridad, el casco, el semáforo, la fila, el uso del celular,
etcétera) son efectivas, de la única manera que se puede hacer: siguiéndolas
cada quien primero.
Y si se pudo en Nueva York, se puede
en Colombia, ciudadano por ciudadano, funcionario por funcionario, político por
político. Aún hay forma de solucionar lo que sucede alrededor y sí se puede hacer
verano a partir de una sola gaviota.
BIBLIOGRAFÍA
Mendoza, L. (2012). Autonomía,
solidaridad y reconocimiento intersubjetivo: Claves éticas para políticas
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Calvo, P. (2013). Economía civil desde
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